domingo, 4 de noviembre de 2012

Tragedia en la noche de Halloween.


Miles de jóvenes salieron de sus casas el 31 de octubre dispuestos a vivir una noche inolvidable. La organización del evento así lo prometía. El ambiente era el ideal para atraer a la multitud de personas que allí se congregaron. Concierto de ídolos musicales, alcohol, gente joven, música... en definitiva, un panorama de lo más atractivo.
El objetivo era claro: Atraer a miles de personas, tantas que ni si quiera cabían. Pero eso no importaba, al final todo queda en casa. Sí, supongo que eso debieron pensar los organizadores.
La entrada rondaba los 25 euros, y el número de asistentes estuvo entre las 15.000 y 20.000 personas, según confesaron miembros de la organización. Estas cifras superaban con creces el aforo máximo permitido, que es de 10.600 personas.
Al exceso de aforo hay que sumarle los pésimos controles en la entrada al recinto. La organización niega que se colara gente, e insiste en que los controles fueron los adecuados a la situación. Pero las imágenes, el testimonio de varios jóvenes que acudieron a la fiesta y, por desgracia, la muerte de una joven de 17 años, contradice de forma clara los dicho por la misma. Además la supervisión también dejó mucho que desear. ¿Cómo es posible que se haya permitido la entrada de bengalas y petardos? Eso solo puede suponer que el control realizado por la policía fue pésimo o inexistente.
Otro de los grandes fallos fue la seguridad. La Ley de Seguridad Privada no obliga a que el personal del interior del recinto sea vigilante jurado con titulación oficial. En el Madrid Arena, según fuentes de la investigación, esos trabajadores de Kontrol 34 no tenían absolutamente ninguna formación. Ni en evacuaciones ni en primeros auxilios, como se demostró durante el rescate. Muchos de ellos son desempleados a los que se había ofrecido un trabajo para esa noche. No son profesionales, ni siquiera en eventos.
En los instantes previos a la avalancha humana que sepultó a las cuatro chicas fallecidas y a la herida no hubo ni un solo intento por canalizar la riada entrante para que no confluyera con una segunda oleada de personas que abandonaban la pista central (por el agobio) y una tercera avalancha multitudinaria que descendía de los graderíos para incorporarse a la sesión de Aoki que estaba por comenzar. A pesar de que ocho de los nueve accesos a la pista estaban abiertos (solo uno estaba cerrado por el escenario) no se establecieron pasillos de entrada y de salida. Todos eran de doble dirección y la mayoría de la gente pretendió acceder a la pista a través del vomitorio central, en el que se produjo la tragedia, para tener una visión frontal del espectáculo. Nadie de la organización impidió el paso de entrada al pasillo central a pesar de que era materialmente imposible que más gente pudiera acceder a la pista.
Por ahora solo hay una cosa clara según la policía: La bengala no originó la estampida mortal, sino que esta fue lanzada 20 minutos después de la tragedia. Los vídeos muestran también el lanzamiento de petardos y otros objetos pirotécnicos durante la celebración. La cuestión es cómo no se evitó la entrada de dichos artefactos al recinto.
Mientras los organizadores, el ayuntamiento, la policía y el Ministerio se culpan unos a otros, la única realidad ahora mismo es que hay cuatro jóvenes de entre 17 y 25 años que han sido víctimas de los fallos de cada uno de ellos, y aún hay una quinta joven luchando entre la vida y la muerte, mientras unos y otros intentan justificar lo injustificable.
Lo que está claro es que Belén, Katia, Cristina y Rocío no van a volver, pero sus familiares y amigos piden justicia para que tragedias como esta no se vuelvan a repetir.

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